No es que pretenda abordar el conocido y polémico tema de
los líos judiciales del yerno del Rey, Iñaki Urgandarín, y el instituto Noos,
ya que siempre he creído en ese derecho constitucional que es la presunción de
inocencia, en la que no se puede culpabilizar a nadie mientras no se investigue
a fondo y se tengan las suficientes pruebas sobre ello. Pero ya sabemos que
aquí en España tanto jueces como fiscales, tienen condición de funcionario, es
decir, que cuentan con el soporte del sueldo vitalicio de por vida (pagado por
los contribuyentes, claro), y por ello no tienen necesidad para competir por un
desempeño bien hecho como si tuvieran que trabajar en la empresa privada a
merced del libre, competitivo y salvaje mercado. Dicho en otras palabras, que
“trabajan” como les da la gana (igual no van a ser despedidos y cobrarán la
misma nómina trabajen bien o mal, poco o mucho), y eso, naturalmente da lugar a
que muchos inocentes estén condenados a penas de cárcel o a multas, y muchos
culpables se pasean tranquilamente por la calle como si la cosa. De ese modelo
de justicia puede salir cualquier cosa, y aunque el Rey dijera que “todos somos
iguales ante la ley”, eso no se lo creen ni los tontos, ya que en la practica
siempre se ha comprobado que todos somos desiguales ante la ley, y más en un
sistema de justicia del funcionariado vitalicio, y que la justicia funcionarial,
por lo común, es caprichosa, y por ello mismo injusta, ya que no tiene que
rendir cuentas a nadie, ni nadie la controla, por su esencia corporativista y
cómplice de si misma. Pero para maldiciones judiciales, mejor que las dejemos
para viejas gitanas.
Hemos visto aquí que las informaciones decían que terceros
son los que le hicieron la tesina al conocido duque de Palma, para la obtención
de sus títulos universitarios o de másters. Como se ve, algo que puede
comprarse o venderse, aprovechando influencias por ser “familiar o amigo de”,
como se hace en las cosas públicas. Hay cosas que se tienen que demostrar con
méritos propios, y en el caso del duque de Palma, lo de las medallas de bronce
como jugador de balonmano es indiscutible, pero…¿será de verdad en los títulos
de licenciado o en los másters?. Cuando hay dinero e influencia, es fácil
encargar delegando, o comprar la tesina de un tercero, con la cómplice vista
gorga del examinador (que como que también es funcionario, es fácil comprarlo,
ya que igualmente forma parte del sistema corrupto del funcionariado vitalicio).
No pretendo señalar que el yerno del Rey hiciera trampa, porque no lo sé y no
me atrevo a hacer afirmaciones no probadas, pero creo que esa información sobre
el fraude con las tesinas es un exponente de lo que hacen miles de
universitarios, y que ese ha sido el “modus operandi” para hacer su tesis
doctoral y conseguir así sus títulos universitarios, o sus masters, mientras
hubiera dinero o algún tipo de influencia o presión por dentro. ¿Pero de verdad
nos hacen falta titulaciones oficiales para desempeñar oficialmente según que
trabajos?. Eso me parece totalmente injusto. ¿Cuántos no conocemos, por
ejemplo, de los planos que firmó un arquitecto, pero que en realidad los diseñó
o los dibujó un pobre y mal pagado delineante?, ¿o en el caso del ayudante del
dentista, que se ponía a extraer o a tapar muelas, sin tener titulación alguna
de dentista?. Los títulos autorizan según qué, pero muchas veces las tareas las
realizan terceros sin títulos (y muchas veces suelen ser gentes mucho más
eficaces y competentes), y por aquí es donde empiezan los abusos entre el
privilegiado que dispone del título y con ello de la licencia, y el “negrero”
que es el que muchas veces desempeña el trabajo y no sólo no es reconocido por
ello, sino además se considera que está cometiendo una ilegalidad o
irregularidad, y encima muchas veces mal pagado.
Esto tendría que terminarse: los títulos universitarios, de
másters, o de cualquier otra cosa están muy bien, ya que son un reconocimiento
de que se ha pasado por la universidad o cualquier otra escuela y se han
adquirido unos conocimientos, pero serían sólo buenos como recomendación.
Cualquiera tendría que tener el derecho de trabajar de cualquier cosa, sin que
lo de no disponer de títulos, por las circunstancias que fuere, no fueran
ningún impedimento para el desempeño. Eso es un libre mercado, y cada cual
debería de trabajar en lo que quisiera, siendo el mismo mercado (clientes y
consumidores) el que dejara de lado a los “engañabobos” o charlatanes de feria
que pretenden vender lociones crece pelos, “dando gato por libre”. No tendría
que importar lo de tener o no tener títulos, sino aprovechar las habilidades de
cada uno en el desempeño de cada cosa, traduciéndose en los resultados finales
de cada servicio, que los clientes o consumidores, son los que premian en pago,
o rechazan buscando otro servicio mejor y más eficaz en otra parte.
Para los servicios públicos, podría parecer bien la
exigencia de títulos para el desempeño, pero para lo privado cualquiera tendría
que tener el derecho a desempeñar lo que le viniera a gusto, y además sin
agobiarles con demasiadas normativas y exigencias, y sustituyéndolo por los
viejos valores del sentido común y de la voluntad de ofrecer un servicio bien
hecho. De modo que, por ejemplo, cualquiera podría ejercer de médico-curandero,
de dentista, de diseñador de planos, de docente, de técnico informático, etc….,
sin necesidad alguna de títulos universitarios que se lo impidieran, ya que
aquí en un libre mercado lo que de verdad cuenta al final es el desempeño bien
hecho, con un servicio de calidad, y un resultado final satisfactorio. Bill
Gates, o Steve Jobs, son dos ejemplos de personajes que sin tener títulos
universitarios fueron capaces de crear y ofrecer algo de utilidad para la
sociedad, y esto lo hemos de reconocer y proteger esa libertad de que cada cual
se dedique a lo que quiera, sin trampa ni cartón, y en lo que al final cuenten
los resultados, no el tener o no tener un título universitario.
Esa libertad permitiría una mayor liberalización del
mercado, lo que llevaría a más gente a arriesgarse en abrir negocios en los que
poder desarrollar sus ideas, talentos o habilidades innatas, con todo lo que
ello supone de creación de nuevos puestos de trabajo, así como una mejor oferta
de servicios para toda la sociedad. Por eso si fuera presidente, en cuanto se refiere
a los títulos, no los tendría en consideración como una obligación o condición
para poder dedicarse a determinada tarea, sino que simplemente lo dejaría como
algo de recomendación, un reconocimiento de los méritos estudiantiles y
formativos de su poseedor, pero nada más, y sin prohibir a nadie que libremente
ejerciera el trabajo que más deseara, tuviera vocación, o se viera apto o útil,
aún sin tener títulaciones que requieren muchas horas de dedicación fuera del
trabajo y de casa, y que muchas veces no está al alcance de todos. Es positivo
y necesario para el país una verdadera libertad de trabajo, clave para su
prosperidad y para satisfacción de capas de la población más amplias, que
puedan desempeñar sus talentos y capacidades, sin los impedimentos de tener o
no tener títulaciones universitarias, o demás reconocimientos docentes. Así se
consigue, por un lado que las personas que valen puedan ser útiles a la
sociedad con sus desempeños, y que las personas que han defraudado consiguiendo
sus títulos con tesinas supuestamente hechas por terceros, por no tener méritos
patentes que demuestren sus capacidades en su libre ejercicio, sea el propio
mercado el que los aparte por sus malos servicios. Eso sería una sociedad mas
justa y mucho mejor.
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