En octubre de 1934 el entonces presidente de la Generalitat Lluis Companys proclamó el Estado Catalán.
Ante tal acto inconstitucional, al entonces presidente de la República Española
Manuel Azaña, no le quedó otro remedio que ordenar enviar los tanques y el
ejército del general Batet a rodear el Palau de Sant Jordi, y sitiar el
Parlament. Y los rebeldes (Companys y su gobierno) fueron detenidos y juzgados
por un tribunal de garantías constitucionales y terminaron un tiempo donde
debían de estar, acorde con la ley: en la cárcel, y allí estuvieron hasta que a
principios de 1936 las elecciones las ganó el Frente Popular, y volvieron a ser
liberados para tocar poder otra vez. Luego el desgobierno y una serie de actos
terroristas llevarían a una Guerra Civil de tres años, de cuyas consecuencias
todos ya sabemos.
Hoy en día, en circunstancias parecidas, y ante un acuerdo de
hoja de ruta desde el parlamento catalán para llevar a cabo definitivamente esa
especie de golpe de Estado e
independizar Catalunya, lo que hace el presidente del gobierno Mariano Rajoy,
en vez de hacer respetar y hacer cumplir la Constitución y demostrar ante todo
el país que nadie está por encima de la Carta Magna, es salir por televisión y
soltar unas cuantas palabras de presuntas garantías constitucionales, y
discutir con los distintos líderes de la oposición y demás partidos, sobre cómo
hacer para afrontar esa violación de la ley por parte de algunos que componen
la cámara catalana sumando una ajustada mayoría de de votos. Como si la carta
Magna estuviera para ser discutida y cada cual interpretarla a su manera en el
uso del artículo 155, y en plena campaña electoral donde cada cual necesita
lucirse. Eso sólo lleva a más y más discusiones, más embrollos, más confusión,
y al final a aquello de "mucho ruido y pocas nueces", cuando aquí lo
que más falta hace para un caso como ese es activar el ruido de los sables,
digo, de los tanques. Y más teniendo en cuenta que estamos en período
electoral, y las garantías constitucionales aparentemente deberían mostrarse
más que nunca, aunque sólo sea para mostrar a los ciudadanos que en toda España
existe el imperio de la ley que fija la propia Constitución.
Y es que la aventura secesionista catalana, aparte de
inconstitucional, se tendría que haber planteado de otra forma más razonable:
no es suficiente con proponer y pretender la independencia así por las buenas,
es decir, sencillamente independencia porque sí. La propuesta y pretensión
política puede ser legítima en sí, pero lo que no es correcto ni sensato es
pedir una independencia, y al mismo tiempo no explicar el modelo constitucional
de esa supuesta nueva república, ya que inevitablemente la tendrá que regir una
nueva constitución, que puede ser de cualquier manera y al gusto político de
quien la guise primero, que ya será bastante complicado si no hay en suficiente
consenso en la sociedad catalana como se ve a las claras hoy en día con lo
dividida que está. Y ha de ser así, porque podemos ver que en distintos países,
sus constituciones pueden ser de diversos modelos: más liberales, más sociales,
más unitarios, más pluri-nacionales, más religiosos, más laicos, etc...., con
lo cual una constitución puede salir de cualquier gusto y color, y no ser del
gusto de una inmensa mayoría de la población que quede atrapada en el
territorio recién independizado. Porque si se hacen mal las cosas como ocurre
ahora con el caso catalán, a ciegas, sobre la marcha y de cualquier manera,
cualquier día sin darse cuenta y cuando menos lo esperan, los ciudadanos pueden
despertar, por ejemplo, con una República Islámica Catalana, donde la única
cosa política que rige será la Sharia, y sin vuelta atrás, como no sea por
medio de una Guerra Civil, es decir, por la fuerza. Dejando aparte, por
ejemplo, que quede fuera del euro, y que al verse obligada a emitir y acuñar su
propia moneda, la nueva república catalana se encuentre con que no tiene valor
porque no tiene aceptación ni confianza en el resto de los mercados globales, y
entonces tenga que ser el euro circulante a través de un mercado negro el que
tenga que mover los intercambios de esa forma propia de país tercermundista.
En fin, que nos han metido en un buen lío incierto y el tema
da para reflexionar.