Hace ya varios años que los
gobiernos españoles se equivocan en sus pronósticos sobre la recuperación en el
empleo. Lo curioso es que siempre lo hacen para finales de cada año, con el
objetivo de que llegar al día de fin de año, se celebre la fiesta de la tradicional
despedida del año, con los ánimos de empezar el nuevo, como para pretender no
desesperarnos y que haya tiempo para que se dé la vuelta de la tortilla por sí
sola y al mismo tiempo distraer a la ciudadanía con el fútbol, la telebasura y
demás vicios nacionales. Lo malo es que,
después de repetirlo tantos años, todavía hay quien se lo cree.
No nos engañemos, la recuperación
sólo puede venir de dos maneras:
1.- Que venga por sí sola,
impulsada por algún tipo de inercia que la empuje (aceleración de la locomotora
del resto de las economías europeas, en especial la alemana), o que a los
ciudadanos de repente les entre una epidemia con tremendas ganas de trabajar, y
con ello se pongan a invertir y la economía se dinamice por sí sola, a pesar de
lo muy mal que estamos.
2.- Hacer bien las cosas desde el
gobierno, que son básicamente: arreglar el paro, bajar al mínimo los impuestos,
reducir a cero la deuda pública, eliminar o abolir normativas que dificultan la
creación de empleo, cura de caballo en adelgazamiento de las administraciones
con el despido de millones de funcionarios reducidos únicamente para las
necesidades mínimas, vender o cerrar todas las empresas públicas ya que ninguna
genera beneficios y a todas hay que socializar las pérdidas a cargo de los
impuestos que pagan los ciudadanos, dar prioridad en el empleo y en los recursos
o ayudas a los propios españoles frente a la inmigración, atraer capitales tanto
extranjeros como nacionales con un marco de garantías jurídicas respaldadas por
la ley, eliminar todo tipo de subvenciones a sindicatos o partidos así como
entidades particulares o sociales y demás ONG’s, penas más duras contra los
delincuentes para garantizar la seguridad, recortar los altísimos sueldos así
como prebendas y demás privilegios a todos los cargos políticos, castigar y perseguir la corrupción pública, etc…
Con lo cual se resume en dos: lo
uno es sencillamente confiar en la suerte (cosa que nunca viene si no se la
sabe buscar), y lo otro es como ya he dicho, hacer bien las cosas, es decir:
tomar las medidas que de verdad hacen falta en nuestro país y que hasta el
momento nadie desde el poder ha sido capaz o no ha querido tomarlas. Y así nos
luce el pelo.