sábado, 22 de octubre de 2011

LAS ELECCIONES DEL 20-N

Curiosa fecha la elegida por el presidente José Luis Rodríguez Zapatero para poner fin a su mandato, la misma que conmemora la muerte de Francisco Franco. Extraña fecha para recordar lo bien que estaba el país a la desaparición del Caudillo, en comparación a lo mal que esta ahora a la retirada del actual presidente, con oficialmente más de 5 millones de parados, casi un billón de euros de deuda externa, casi 10 millones de inmigrantes que no se quieren marchar, y una generación de jóvenes llamada “ni-ni” que ni estudia ni trabaja en un porcentaje muy escandaloso.

Unas elecciones impregnadas por la incertidumbre, pues si el partido gubernamental, con Alfredo Pérez Rubalcaba como candidato a presidente ahora promete o propone aquellas cosas que ha tenido tiempo sobrado para hacer y no ha hecho, el partido de la oposición encabezado por Mariano Rajoy Brey no acaba de explicar con suficiente claridad cuáles son sus propuestas y su programa de gobierno para solucionar los graves problemas del país, en especial el paro, la deuda pública y la inmigración. Lo malo es que, aunque es seguro de que va a perder el partido gubernamental, tal como lo señalan las encuestas, existe el riesgo de que la alternativa de gobierno, si gana las elecciones, su única manera de crear puestos de trabajo sea la de colocar familiares y amigos en los puestos claves de la administración pública, sin pasar necesariamente por unas oposiciones, tal como lo vienen haciendo todos los partidos desde todos los ámbitos de la cosa pública, y que últimamente se ha notado de modo sonado con el caso de José Antonio Monago, el presidente de la Junta de Extremadura, en esa práctica de nepotismo. O sea que tanto gane PP como PSOE, viene a ser casi aparentemente lo mismo: aprovecharse de la política para hacer el negocio, porque qué es hoy en día la política sino un negocio para esquilmar a los ciudadanos, en vez de servirles y hacer que prosperen. Dicho de otra forma, que los partidos políticos esperan colocar a los militantes que interesan al aparato y al jefe de filas de turno, y esos a sus familiares, cuñados, amigotes, etc…, desde cada distinta escala y categoría del cargo.

Otra cosa sería romper con ese sistema vicioso que permite mamar a todos los que se aprovechan de los cargos públicos del país, y hacer posible una democracia de listas abiertas en la que cualquier ciudadano o agrupación de ciudadanos puedan ser candidatos a los distintos cargos públicos. Cosa que permitiría las oportunidades políticas a mucha gente sin pasar por el aro de los partidos políticos, una numerosa cantidad de listas de candidatos que tendría que escogerse desde una primera vuelta, eligiendo en una segunda o tercera vuelta a los candidatos más votados, según cargos y circunstancias, y sin imponer una ley que obligue a recoger un mínimo de miles de firmas para poder tener el derecho a poder presentarse a las elecciones. Pero esto ya es otra historia.