miércoles, 16 de mayo de 2012

LA ÚNICA SOLUCIÓN A LA CRISIS

Artículo escrito el 11 de mayo de 2012 en el diario ABC, por el prestigioso abogado Antonio Garrigues Walker, conocido miembro de la famosa Trilateral, en el que aporta su análisis particular de la crisis a nivel global, pasando por los niveles locales, pero del cual después de todo análisis y crítica, yo creo que le falta la propuesta de posibles soluciones, y no sólo decir que hay que ponerse de acuerdo conjuntamente y pactar una salida como si fuera la resolución de un pleito sin pasar por los tribunales, que es finalmente lo que más interesa de saber tras cada particular análisis. Está muy bien hacer análisis particulares, pero siempre queda mejor lo que más falta hace: hablar detalladamente y con toda claridad de posibles alternativas y soluciones:
LA ÚNICA SOLUCIÓN Los acuerdos de Bretton Woods (1944) y los Pactos de la Moncloa (1977) tienen en común dos cosas: son absolutamente irrepetibles porque las circunstancias históricas y los objetivos eran claramente diferentes, pero “mutatis mutandis”, es decir, adaptándolos a las nuevas realidades, son, en estos momentos, estrictamente necesarios tanto para el mundo como para España. La reciente reunión de la Comisión Trilateral en Tokio con representantes norteamericanos, europeos y asiáticos, ha puesto de manifiesto el estado de incertidumbre a escala global y el desconcierto ideológico generalizado. No es solo, como decía Ortega, que “lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa y eso es exactamente lo que nos pasa”, es que por el momento nadie tiene el más mínimo interés en conocer realmente lo que nos pasa. Cada uno de los ejes económicos del mundo desarrollado anda sumergido y enzarzado en sus propias marañas políticas, económicas y sociales, sin levantar la cabeza para poder contemplar otras opciones, otras salidas, otros horizontes. Es todo un espectáculo de ceguera mental y de empecinamiento en el error que tiene que llegar a su fin. No se puede continuar manejando y manipulando tantas ideas estériles, tantas ideas obsoletas, tantas ideas muertas con tanto convencimiento y aun dogmatismo. Hay que reaccionar. Empecemos por analizar la situación mundial en todo su dramatismo: El eje del Pacífico que era y puede seguir siendo el eje del futuro cuenta con un país como Japón que padece desde años un serio estancamiento al que se unen ahora los graves efectos del tsunami, entre ellos el apagón nuclear y la ralentización global que han provocado un máximo histórico del déficit comercial y una grave reducción de la producción industrial, con lo cual las perspectivas para este y el próximo año son muy poco favorables, a pesar de la admirable capacidad de reacción del pueblo japonés. Y Japón es una clave básica del eje del Pacífico. India y China que han sido motores económicos decididamente positivos en los últimos tiempos han entrado en problemas económicos y sociales con un aumento creciente de huelgas y protestas y en ambos países bajará el crecimiento espectacular que habían tenido, especialmente en la India (S&P acaba de bajar el rating de “estable” a “negativo”), pero también en China, donde por primera vez desde el 2001 podría descender del 8%, mientras las burbujas inmobiliaria y financiera se van afirmando y avanzando progresivamente hacia el punto de no retorno. Unas burbujas que afectan también a Brasil, otro país con un futuro potencialmente brillante, que afronta, al igual que China e India, el crecimiento galopante de la corrupción y una desaceleración económica que puede hacer imposible el objetivo oficial de crecer al 5%. Algo muy similar se aplica a Rusia, una potencia energética que no logra modernizar su economía ni su vida política. En los EE.UU. el crecimiento sigue siendo escaso y no parece, por ello, que el paro pueda descender ni a corto ni a medio plazo. A ello se unen la mayor radicalización política de su historia, la paralización de todos los grandes proyectos del Gobierno y un panorama electoral en el mes de noviembre que prevé unos resultados que no alterarán esta situación, es decir, reelección apretada de Barack Obama siempre que la situación económica no empeore y control republicano de las cámaras. América sigue siendo sin duda el país más poderoso del mundo y mantiene intacta su clara superioridad militar, económica y tecnológica, entre otras razones por el dinamismo de su ciudadanía y en su conjunto de una sociedad civil orientada permanentemente al cambio y a la innovación. Pero su capacidad de acción global, en gran parte por la situación política, se ha ido reduciendo peligrosamente y eso es mala noticia para el resto del mundo. Europa, por su parte, está afrontando la situación más crítica de su larga y apasionante historia. Todas las cajas de Pandora, todos los círculos viciosos, todos los dilemas imaginables, están vivos y abiertos de par en par y en manos de un estamento político con una credibilidad bajo mínimos y unos tecnócratas inseguros, dubitativos, dominados por el corto plazo y sometidos, de forma implacable, a la acción y reacción de unos mercados donde domina el mundo financiero anglosajón cada vez más incontrolados e incontrolables. El peso abrumador de los nacionalismos oscurece cualquier desarrollo de una mínima identidad europea; y el envejecimiento de la población aumenta las resistencias al cambio y reduce gravemente el dinamismo y la vitalidad de la ciudadanía, y en concreto la capacidad de respuesta y de innovación. Por si todo ello fuera poco, el liderazgo alemán, absolutamente positivo y necesario, se puede complicar con la posición de Holanda, el resultado alarmante de las elecciones griegas y la victoria de François Hollande en Francia, tres países donde están ganando demasiado terreno los extremismos de derecha o izquierda. El debate, ya suficientemente complejo y peligroso entre políticas de austeridad y de crecimiento, se puede enrarecer hasta límites insospechados. El último libro del premio Nobel Paul Krugman, “¡Acabad ya con esta crisis!”, analiza el origen y los errores del euro y coloca a España como ejemplo emblemático de esa crisis. Merece la pena reflexionar sobre varias de sus propuestas, aun cuando la perspectiva anglosajona condicione su objetividad. Nuestro país vive los problemas europeos incluyendo el envejecimiento de la población, en lo que nadie nos supera con especial intensidad, en razón de los efectos de una colosal burbuja inmobiliaria incomparablemente superior a la de cualquier otro país europeo, una burbuja responsable, no exclusivamente, pero sí en gran medida, de unas cifras de paro, global y juvenil, que son difíciles de asumir e incluso de entender. Son cifras humillantes. El Gobierno actual está haciendo lo que tiene que hacer, incluso cuando rectifica sin cesar posiciones o incumple abiertamente promesas electorales, pero tiene que aceptar, y a veces pretende ignorarlo, que a pesar de su holgada mayoría está demasiado solo para acometer una tarea en la que nos jugamos a fondo la calidad y el sentido de nuestro futuro. La radicalización política a nivel nacional y autonómico sigue su curso imparable porque el estamento político no está en condiciones de entender que el interés partidista no debe anteponerse, de forma absoluta y por principio, al interés nacional, en ningún caso, pero sobre todo en una situación tan difícil como la que estamos viviendo y vamos a seguir viviendo. Un pacto político mínimamente serio haría más por mejorar nuestra imagen, nuestra posición, nuestra capacidad de acción ¡e incluso nuestra prima de riesgo! que ninguna otra medida. Y ese pacto es posible. El estamento político (PP y PSOE fundamentalmente, pero también PNV y CIU) podría mejorar dramáticamente su credibilidad si se avanzara en acuerdos puntuales, especialmente en cuestiones sensibles, como el recorte del gasto social y el control estricto del déficit autonómico, donde la demagogia y el oportunismo están prevaleciendo sobre la razón, la lógica y la realidad. Pero no es solo Europa, ni España, la que necesita consenso. El mundo también necesita un pacto global. No podemos seguir culpándonos los unos a los otros de la situación actual. Los EE.UU. atribuyen a Europa la desaceleración económica y critican a China por su política monetaria. Europa, por su parte, acusa a EE.UU. con razón de ser el responsable de la crisis financiera. China se escuda en sus propias prioridades y en el esfuerzo de crecimiento que ha venido haciendo. Podemos mantener este juego absurdo algún tiempo más. Pero muy poco más. Ninguno de los ejes económicos del mundo puede salir por sí mismo de esta larguísima crisis, y el profundo debilitamiento, por no hablar de hundimiento, de alguno de esos ejes provocaría sin remedio un caos global. Este es, por lo tanto, el momento ideal, el momento exacto para volver al espíritu de Bretton Woods, y en nuestro caso al de La Moncloa. Esa es la única solución.